2007/01/14

Verletzte Naivität - Vestigios de ingenuidad


*Parc Güell, Januar/Enero 2007*

Fast unglaublich, daß man denken wagt man sei der einzige der eine Sehenswürdigkeit besuchen wird. Gerade angekommen, vom Flugzeug mit der S-Bahn bis zum Passeig de Gracia gefahren, Consuelita wartete auf uns. Ein schönes Wetter in der Stadt, direkt haben wir die Casa Batlló gesehen. Als wir vorbei laufen wollten habe ich den [ersten] Stoß bekommen: hunderte von Menschen mit Fotogeräte bewaffnet die der Weg sperren. Bitte, das Bild können Sie tausendmal besser in Bücher und Webseiten finden: Geniessen Sie den Ansicht als intime Erfahrung. Und es gibt die Leute die Porn verabscheuen! Was ist das wenn sonst?


*Parc Güell, Januar/Enero 2007*

Tal vez iluso sería la palabra correcta, pero me suena tan merecida y a la vez fuerte, que prefiero usar ingenuidad. Me refiero a la inexplicable idea que tiene uno cuando viaja, de que será el único interesado, el único que asiste al encuentro de algo que ya conocía, de lo que harto se había documentado. Cuando salimos de la estación subterránea de Paseo de Gracia nos golpeó, para nuestro placer, y no es que me considere yo masoquista, la intensa luz en los ojos. Lejos del invernal gris que dejamos en Colonia, el sol brillaba sin reserva en un cielo azul. Pero el otro golpe, que ya no provocó sensación opuesta sino la justa, fue ver invadida la acera por la que intentábamos pasar en compañía de Consuelita que acababa de darnos la bienvenida, de turistas con sus cámaras, tratando de capturar, para llevarse a sus casas, la fachada, o tal vez la edificación entera, de la Casa Batlló. Me pareció una de esas escenas callejeras en que muchos perros persiguen sin renuncia ni pausa a la hembra en celo. Estoy seguro de que muchos de esos raptores del instante, de violadores del indefenso monumento execran la pornografía. Pues a mi me parecía exactamente eso, legítimo porno.


*Sagrada Familia, Januar/Enero 2007*

Radica, claro, en que mi forma de viajar difiere del turista para ser, más bien, visitante: me gusta enterarme de la vida normal de las ciudades, probar las recetas locales, entrar en las casas, recorrer las calles anónimas, descubrir lo que todavía no está catalogado y que en algunos casos nunca lo será. Está claro que se acude a confirmar eso que se ha visto en libros, en postales recibidas, en historias de terceros, en internet. Pero cuando se está ahí y no se puede caminar, ver, respirar, viene la descepción. Esa que, como digo, sólo depende de mi, de mi inocente –no arrogante– suposición de que seré el único para quien el mundo se ofrece cuando salgo a verlo.

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