2 de enero, pausa para almorzar, Parc GüellLarga caminata, alternando con el metro. Sagrada Familia. Los carteles en las fachadas de los edificios circundantes revelan la cruda realidad del día a día del habitante normal de una ciudad turística: "Fuera los buses (turísticos)" "No más humo (de los buses)" "No queremos ruido". Comprensivo y solidario, sugiero –si bien ni venimos en bus, ni somos ruidosos, ni siquiera fumamos– no prolongar nuestra permanencia y continuar el recorrido.
¿Y el baño? Lo que más me ha marcado en esta visita a Cataluña es mi actividad vesical. Toda visita se define en estaciones, en pasajes entre una y otra parada para orinar. Es invierno, eso explicaría la frecuencia con que necesito visitar los baños. Pero con el buen clima que nos ha tocado, que hace mayor la diferencia entre este y el invierno en Colonia, pues no hay excusa. Será aprovechar la buena labor renal.
Casa Milà o La Pedrera. La fila incomprensible –por la dimensión a esa hora del día, cuando piensa uno que los horarios de visita se acercan a su fin– nos hace renunciar, antes de acabar de llegar, a la remota idea de entrar. Pero en ese momento, el evento que salva el día, que paga el haber llegado a ese punto en esa justa hora: escucho mi nombre en una dudosa voz femenina. Cuando veo de dónde, de quién viene, empiezo a hacer unos de esos scans que, lamento, la velocidad de mi cerebro en elaborar la visión y conectarla con mi registro en la memoria, sumado a la sorpresa de que alguien me identifique en pleno Paseo de Gracia, baña de una desilusión a mi feliz encuentro. Me vuelvo a disculpar, pero haciendo la salvedad de que la foto guardada en mi cabeza difiere de la instantánea que recibo ahora. Cambiada, es Natalia [Michelena] Bedoya. Ella no alcanzó a percibir mi emoción, pero fue grande. Y muy buena, por las dudas.
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