2016/10/08

Media maratón de Colonia 2016

Salí el domingo a correr con muy bajas expectativas, después de una semana de mal sueño a cuenta de un fuerte resfriado.
Lo hacía pensando todo el tiempo en la importante jornada en Colombia. Y todo lo que pasó durante la carrera se parecía muchísimo a la situación nacional, a la realidad social.

Arranqué aproximadamente 15 minutos después del primer grupo, entre el que se inscriben de antemano y de acuerdo a sus marcas alcanzadas y/o esperadas, los "mejores". En orden descendente de estimados de tiempo, todavía lo hicieron otros dos bloques de competidores antes que el mío. Si bien todo el camino estuve sobrepasando gente hasta, digamos, el kilómetro 19 donde quedé aglomerado sin más capacidad de superar a las mismas personas con las que crucé la meta, y en ese trayecto final me llegaron a pasar 3 corredores, queda reflejado el ánimo mayor o menor de ser los primeros y la gran proporción de rezagados, así: los que a toda costa buscan estar a la delantera, pero no tienen con qué sostenerla. Los que se saben incapaces de luchar una de las mejores posiciones o incluso completar la vuelta, pero a quienes les basta con aparecer en la foto junto a los punteros. Los despistados, que parten adelante para salir pronto de "eso", porque ya tienen otros planes para más tarde: entre los factores que más estimulan y animan a resistir estas pruebas está el acompañamiento de músicos, voluntarios y espectadores, algunos de ellos con ocurrentes carteles, como uno que decía "heute wird es pünktlich gegessen" (hoy se come –se almuerza– puntual). En todo caso, 745 antes que yo estuvieron acertados.
También están los que entrenaron, venían preparados pero en la cita algo se les atravesó: otro corredor que les provocó una caída con o sin intención, un inesperado revés de salud, pánico, etc.
Y el gran grupo compuesto por los diletantes y los no resignados que, en principio, serían de admirar pero no su actitud: no avanzar y, además, estorbar.

Los privilegiados, dotados con la última generación de equipo e innecesarios accesorios (que ya para un buen atleta son un lastre), pero carentes de rendimiento. Están los que van a paso lento por la izquierda, los que se "atraen", poniéndose a la par de otros igual de lentos y que son equivalentes a los grupos alineados en muros obstaculizantes. Los que, solos, logran el efecto de varios, con la simple estrategia de correr con los codos hacia afuera (no sorprende que se cansen). Y los que, por si fuera poco, también lanzan codazos. Y gritos. Con estos hay que tener mucho más cuidado, porque son ladrones de lo más valioso: concentración y energía. La opción es conocida: en lugar de quedarse a pelear, hacer bien lo que se sabe hacer y van a quedar viéndole a uno la espalda, no por mucho tiempo.

No puedo quitarme de la mente cuando corro en un evento lo afortunado que soy: rodeado de personal de emergencia, agua, frutas, bebidas isotónicas, bandas refrigerantes, barras alimenticias y un largo etcétera de atención y cuidado, tengo que pensar siempre en los colombianos (a quienes no veo) y gente de otros países (que viven ahora entre nosotros), los mismos que han recorrido mayores distancias con algunas de sus pertenencias y sus pequeños hijos a cuestas, que corren en cualquier tipo de calzado, el que tenían cuando tuvieron que huir, en abarcas, en alpargatas o en últimas, descalzos. Que cuando se cansan sienten el aliento de la muerte y no pueden hacer una pausa, cuando sienten sed tienen que aguantar, seguir e intentar tragar la pasta de saliva y tierra acumulada en sus bocas mudas de angustia. Que cuando creen que alcanzaron la meta les cierran la puerta y tienen que seguir sin saber a dónde.

Una historia antes de la carrera: siempre tiene lugar, los días inmediatamente previos a la maratón, una feria especializada. Es inevitable asistir porque es donde se hace entrega del material de inscripción (número, chip, camiseta, documentos, etc.) Este año tuvo lugar en una zona industrial más bien apartada del centro.
Sabía que estaba demorando más de lo seguro y lo saludable el reemplazo de mis zapatos, así que aproveché las ofertas para buscar un nuevo par. Tampoco es recomendable correr una distancia sin haber usado antes los zapatos, pero tendría un día para darles arranque.
Ya listo, decidí que no iba a arriesgar que la caja se cayera de la parrilla trasera de la bicicleta, entonces colgué la bolsa plástica en el manubrio. De regreso a la ciudad hay un tramo recto en descenso (poco común en esta región plana), en el que se logra mayor velocidad. Justo en esa disparada, la bolsa con la caja se metió en el espacio entre la rueda delantera y el marco, bloqueando la dirección y haciéndome perder el control. Pasé de estar sintiendo que volaba a ir volando en fracciones sin lugar a toma de decisiones. Fue un dejar pasar, un paso de conductor a conducido, ir propulsado hacia lo que sería un fuerte golpe, tal vez la cancelación de la cita para la que había ido allá a hacer lo que hice.
Entre las posibilidades de rodar por el pavimento, solo o enredado con la cicla, de deslizarme por la vía y rasparme hasta el acta de nacimiento, ser atropellado por un auto que viniera atrás de mí o frenar en seco contra el suelo, conté con la gran suerte de volar en posición horizontal y aún aferrado a la bici hacia el andén, lleno de hojas secas y en el que durante todo el buen tiempo había crecido un tupido moral. El colchón de hojas cumplió una doble función de amortiguar el impacto y favorecer un deslizamiento, mientras que las zarzas me aferraban y, estirándose, frenaban el proyectil en que me convertí.
Cuando me levanté estaba completamente solo. No pasaba ni un solo auto, ningún otro ciclista y de peatones nada. Aparte de un rasguño de un centímetro en la muñeca derecha, varias espinas enterradas en el cuero cabelludo y una punzada (un punto, no un arañazo) abajo del ojo derecho, nada ni nadie más le daba valor real a lo que acababa de pasar.
Necesitaba estar concentrado para correr. Así que no conté nada de esto hasta la tarde del domingo, después de todo. Es que la cantaleta me agota y me hacía falta la fuerza disponible.
Una razón más para estar agradecido.

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